Una altra opinió dels diaris...

Los 'dipuvagos' del Congreso

Pablo A. Iglesias.- Ahora que llegan las vacaciones, no pienso echar de menos las tardes de los martes y los miércoles en el Congreso de los Diputados. Procuraré no acordarme de que sus señorías llevan sin trabajar desde el 2 de julio. Salvo excepciones, no sólo tienen dos meses de descanso en verano, además cuentan con el mes de enero íntegro para su retiro particular. Todo ello sin olvidar que los lunes y viernes están reservados para dedicarse a sus labores en las correspondientes circunscripciones provinciales. Vamos, todo un estrés. Mientras esté en la piscina tumbado al sol, me acordaré de unos cuantos diputados que merecen la pena como personas y como políticos. Soy de los que siempre ha pensado, piensa y pensará que el ser humano está por encima de todas las cosas. Como tal, a los parlamentarios me gusta mirarles como personas para entablar conversación con ellos. Por cierto, con algunos suele resultar de lo más divertida, interesante y provechosa.

Visto así puede parecer que los diputados trabajan poco, pero no es del todo cierto. Hay de todo, como en la viña del Señor. Quienes pertenecen a partidos pequeños suelen hacer auténticos milagros para acudir a todas las sesiones, estar presente en sus comisiones correspondientes y presentar cuantas iniciativas pasen por su cabeza. No es fácil. Son muchas cosas para muy pocas personas. En los grandes partidos también los hay muy atareados. Los responsables de cada grupo suelen trabajar de sol a sol o, mejor dicho, desde que por la mañana se apaga la bombilla del despacho hasta que por la noche toca encenderla. Pero hay una gran mayoría de diputados, quizá podamos hablar de unos 200, que viven de apretar el botón de voto cuando un compañero -situado más abajo y correctamente informado- les indica con una seña el pulsador que deben presionar. Su mayor preocupación suele consistir en elegir el hotel donde pasar la noche, el restaurante donde quedar con los amigos y la hora a la que coger el avión de regreso a casa. No debe de ser fácil vivir tres de los siete días de la semana lejos del hogar, pero a buen seguro lo compensa el sueldo, el portátil que les regala el Congreso, el teléfono móvil, el vale para autopistas, la tarjeta para pagar los taxis y los descuentos para volar con Iberia. Pese a todo, creo que los políticos cobran poco dinero. Si los sueldos fueran mejores, los partidos no serían una carrera profesional y tendríamos a la élite del país en los escaños.

Para colmo, al nuevo presidente de la Cámara Baja se le ha ocurrido una idea que él debe de considerar brillante pero que puede dilapidar de una vez por todas el escaso prestigio y respeto que los ciudadanos tienen depositado en el Parlamento. El socialista -de militancia, que no tanto de ideología- José Bono pretende cambiar el horario laboral del Congreso para que sus señorías sólo tengan que asistir al Pleno los martes y miércoles. Dos días por semana. Cree que así se agilizaría el trabajo parlamentario y se reducirían esas imágenes con los bancos vacíos durante los debates. Lo cierto es que intensificar el trabajo con jornadas maratonianas de 12 y 14 horas sólo sirve para extender la sensación de que los diputados no trabajan. Bono piensa que esta fórmula ayudaría a los diputados a conciliar trabajo y familia. Quizá sea cierto. Pero olvida el derecho a la conciliación de ujieres, policías, camareros, taquígrafos, periodistas, informáticos y asistentes que habitualmente trabajan de sol a sol en el Congreso. Bono no se acuerda de ellos. Debería imperar la racionalidad. Pero pedir sensatez en la casa donde nuestros políticos se tiran los trastos a la cabeza puede que sea pedir demasiado.